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Elizabeth Sanna

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La beatificación de la Venerable Elisabeth Sanna se llevó a cabo el 17 de Septiembre de 2016 en la ciudad de Codrongianos, Cerdeña (Italia), en la Basílica de la Santa Trinidad de Saccargia. La solemne celebración eucarística fue presidida por el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

 “Elisabetta nació en 1788 en Cerdeña, y murió con fama de santidad en Roma el 17 de febrero de 1857.. Fue sepultada en la Iglesia del SS. Salvatore in Onda. Inmediatamente después de la muerte, su fama de santidad se manifestó con tanta fuerza que sólo cuatro meses más tarde, el 15 de junio de 1857, se inició la causa de su beatificación. San Vicente Pallotti, su director espiritual durante 18 años, la estimó mucho.Elisabetta, afectada por la viruela tres meses después de su nacimiento, ya no pudo levantar los brazos. Movía los dedos y las muñecas, pero no podía llevarse el alimento a la boca. No podía hacerse el signo de la cruz, ni peinarse, ni lavarse la cara o cambiarse de ropa, pero podría amasar el pan, cocer al horno y cocinar, y crió cinco hijos. No obstante su discapacidad física, se casó y su matrimonio fue plenamente feliz. Los esposos tuvieron siete hijos, de los cuales dos murieron pronto. Junto a sus propios hijos Elisabetta educó a los niños de la región, enseñándoles el catecismo y preparándolos para los sacramentos. Su casa estaba abierta a muchas mujeres deseosas de aprender cantos y plegarias. A inicios de 1825, luego de 17 años de matrimonio, falleció su marido, y Elisabetta asumió toda la responsabilidad de la familia y de la administración de la casa.

Creciendo en la vida espiritual, Elisabetta, bajo el influjo de las prédicas cuaresmales, se decidió a partir como peregrina, junto a su confesor don Giuseppe Valle, a Tierra Santa. Previendo una ausencia breve, dejó a sus hijos al cuidado de su madre y de su hermano sacerdote, pidiendo además ayuda a una sobrina y a algunos vecinos. Sin embargo, debido a la dificultad para recibir la visa para Oriente, en Génova los dos peregrinos se vieron obligados a interrumpir su viaje programado y cambiar el destino, siempre como peregrinos, a  Roma.

Por sobrevenirle graves dolencias físicas, Elisabetta no pudo volver a Cerdeña. Se confió a la dirección espiritual de San Vicente Pallotti, que se puso en contacto con el hermano de Elisabetta, don Antonio Luigi, para informarlo de que su hermana, por el momento, no podía hacerse a la mar, pero lo haría apenas se sintiese un poco mejor. En la práctica, empero, el mal aumentó año tras año, y Elisabetta se vio obligada a permanecer en Roma.

San Vicente Pallotti subrayó mucho los méritos de Elisabetta en la Unión del Apostolado Católico. Don Vaccari lo refiere así: “Son dos aquellos que han estimulado primero nuestro Instituto: una pobre, Elisabetta Sanna, como lo han oído muchas veces de Don Vicente Pallotti, y el otro es el Cardenal Lambruschini” (Summarium, Roma, 1910, p. 145, parr. 33). Ella fue testigo de la fundación de la Unión del Apostolado Católico y de su desarrollo a lo largo de 22 años, hasta su muerte.

El 21 de enero de 2016, el Santo Padre Francisco autorizó la promulgación del decreto reconociendo el milagro obrado por el Señor por intercesión de la Venerable Sierva de Dios Elisabetta Sanna.

No pudiendo volver con su familia, Elisabetta sufría y lloraba mucho, pero no perdió su coraje. Supo confiarse en Dios, aceptar su nueva sitUnión del Apostolado Católicoión y servir a los demás, permaneciendo siempre fiel a las indicaciones del Evangelio y de la Iglesia. A menudo concurría al Hospital de los Enfermos Incurables, y visitaba también viviendas particulares para asistir a los enfermos y confortarlos. Trabajaba tejiendo, y el dinero y los diversos regalos que recibía lo daba a los pobres o ayudaba a los huérfanos en las dos casas fundadas por Pallotti; buscaba de resolver conflictos en familias con problemas, convertir a los pecadores, preparar a los enfermos para los sacramentos, cuidar la decoración de la Iglesia del SS. Salvatore in Onda. Al mismo tiempo, todos los días participaba de la Santa Misa, hacía Adoración al Santísimo sacramento y rezaba con invitados en su propia casa, donde numerosas personas buscaban su consejo. Incluso San Vicente Pallotti y los primeros palotinos se aconsejaban con ella”.

Fuente: Catholic Net
Santa Misa con el rito de matrimonio

 

 Santa Misa con el rito del Matrimonio (14 de septiembre de 2014)

La prima Lectura nos habla del camino del pueblo en el desierto. Pensemos en aquella gente en marcha, siguiendo a Moisés; eran sobre todo familias: padres, madres, hijos, abuelos; hombres y mujeres de todas las edades, muchos niños, con los ancianos que avanzaban con dificultad… Este pueblo nos lleva a pensar en la Iglesia en camino por el desierto del mundo actual, nos lleva a pensar en el Pueblo de Dios, compuesto en su mayor parte por familias.

Y nos hace pensar también en las familias, nuestras familias, en camino por los derroteros de la vida, por las vicisitudes de cada día… Es incalculable la fuerza, la carga de humanidad que hay en una familia: la ayuda mutua, la educación de los hijos, las relaciones que maduran a medida que crecen las personas, las alegrías y las dificultades compartidas… En efecto, las familias son el primer lugar en que nos formamos como personas y, al mismo tiempo, son los “adobes” para la construcción de la sociedad.

Volvamos al texto bíblico. En un momento dado, «el pueblo estaba extenuado del camino» (Nm21,4). Estaban cansados, no tenían agua y comían sólo “maná”, un alimento milagroso, dado por Dios, pero que, en aquel momento de crisis, les parecía demasiado poco. Y entonces se quejaron y protestaron contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos habéis sacado…?” (cf. Nm21,5). Es la tentación de volver atrás, de abandonar el camino.

Esto me lleva a pensar en las parejas de esposos que “se sienten extenuadas del camino”, del camino de la vida conyugal y familiar. El cansancio del camino se convierte en agotamiento interior; pierden el gusto del Matrimonio, no encuentran ya en el Sacramento la fuente de agua. La vida cotidiana se hace pesada, y muchas veces “da náusea”.

En ese momento de desorientación –dice la Biblia–, llegaron serpientes venenosas que mordían a la gente, y muchos murieron. Esto provocó el arrepentimiento del pueblo, que pidió perdón a Moisés y le suplicó que rogase al Señor que apartase las serpientes. Moisés rezó al Señor y Él dio el remedio: una serpiente de bronce sobre un estandarte; quien la mire, quedará sano del veneno mortal de las serpientes.

¿Qué significa este símbolo? Dios no acaba con las serpientes, sino que da un “antídoto”: mediante esa serpiente de bronce, hecha por Moisés, Dios comunica su fuerza de curación, fuerza de curación que es su misericordia, más fuerte que el veneno del tentador.

Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, se identificó con este símbolo: el Padre, por amor, lo ha “entregado” a Él, el Hijo Unigénito, a los hombres para que tengan vida (cf. Jn 3,13-17); y este amor inmenso del Padre lleva al Hijo, a Jesús, a hacerse hombre, a hacerse siervo, a morir por nosotros y a morir en una cruz; por eso el Padre lo ha resucitado y le ha dado poder sobre todo el universo. Así se expresa el himno de la Carta de San Pablo a los Filipenses (2,6-11). Quien confía en Jesús crucificado recibe la misericordia de Dios que cura del veneno mortal del pecado.

El remedio que Dios da al pueblo vale también, especialmente, para los esposos que, “extenuados del camino”, sienten la tentación del desánimo, de la infidelidad, de mirar atrás, del abandono… También a ellos Dios Padre les entrega a su Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos: si confían en Él, los cura con el amor misericordioso que brota de su Cruz, con la fuerza de una gracia que regenera y encauza de nuevo la vida conyugal y familiar.

El amor de Jesús, que ha bendecido y consagrado la unión de los esposos, es capaz de mantener su amor y de renovarlo cuando humanamente se pierde, se hiere, se agota. El amor de Cristo puede devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es el matrimonio: un camino en común de un hombre y una mujer, en el que el hombre tiene la misión de ayudar a su mujer a ser mejor mujer, y la mujer tiene la misión de ayudar a su marido a ser mejor hombre. Ésta es vuestra misión entre vosotros. “Te amo, y por eso te hago mejor mujer”; “te amo, y por eso te hago mejor hombre”. Es la reciprocidad de la diferencia. No es un camino llano, sin problemas, no, no sería humano. Es un viaje comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero así es la vida. Y en el marco de esta teología que nos ofrece la Palabra de Dios sobre el pueblo que camina, también sobre las familias en camino, sobre los esposos en camino, un pequeño consejo. Es normal que los esposos discutan. Es normal. Siempre se ha hecho.

Pero os doy un consejo: que vuestras jornadas jamás terminen sin hacer las paces. Jamás. Basta un pequeño gesto. Y de este modo se sigue caminando. El matrimonio es símbolo de la vida, de la vida real, no es una “novela”. Es sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia, un amor que encuentra en la Cruz su prueba y su garantía. Os deseo, a todos vosotros, un hermoso camino: un camino fecundo; que el amor crezca. Deseo que seáis felices. No faltarán las cruces, no faltarán. Pero el Señor estará allí para ayudaros a avanzar. Que el Señor los bendiga.