Santos intercesores- Jesus Salva Mi Familia – JSMF

San Jose : Modelo de Virtudes y Fe en la Vida Cristiana

En el vasto y rico panorama de los santos de la Iglesia, San José ocupa un lugar especial, no solo por ser el esposo de la Virgen María y el padre adoptivo de Jesús, sino también por la profundidad de sus virtudes y su ejemplar dedicación a la voluntad divina. En este artículo, te invitamos a conocer a San José a través de sus virtudes más sublimes y descubrir por qué su vida sigue siendo una fuente de inspiración y devoción para millones de fieles en todo el mundo.

San José, el esposo justo de María y el padre adoptivo de Jesús, es un ejemplo de cómo la obediencia a la voluntad divina puede transformar las circunstancias más desafiantes en oportunidades para vivir una vida de verdadera santidad. En su vida cotidiana, San José encarnó una serie de virtudes que se manifiestan con claridad en la narrativa evangélica y en la rica tradición espiritual de la Iglesia. A través de su figura, podemos descubrir cómo vivir de manera auténtica y devota en nuestra propia jornada espiritual.

San José vivió una obediencia ejemplar a la Divina Voluntad, una virtud que se revela en su disposición a aceptar el plan de Dios sin reservas. La decisión de no repudiar a María y de aceptar el papel de padre adoptivo del Hijo de Dios muestra una fe profunda y una confianza inquebrantable en el propósito divino. En un momento de incertidumbre y confusión, San José no permitió que sus dudas personales interfirieran en la voluntad de Dios, sino que se entregó a esta voluntad con una humildad y una apertura que nos desafían a explorar cómo, en nuestra propia vida, podemos abrirnos a los designios de Dios.

La castidad de San José no se limita a un simple acto de abstinencia, sino que es un reflejo de su amor puro y desinteresado hacia María y hacia el plan divino. Su relación con María es un modelo de amor que no busca la posesión, sino la entrega generosa a los designios de Dios. En un mundo que a menudo malinterpreta la castidad como una mera renuncia, San José nos enseña que esta virtud es, en realidad, una forma de amar profundamente a Dios y a nuestros semejantes a través de un compromiso inquebrantable con la pureza de nuestra vocación.

En la vida de San José, la paciencia es una virtud que resalta con particular intensidad. A lo largo de su vida, San José enfrentó numerosas pruebas con una calma serena, desde el escándalo inicial del embarazo de María hasta las dificultades del exilio en Egipto. Su paciencia es una enseñanza viva de que la verdadera virtud no siempre se manifiesta en grandes gestos heroicos, sino en la perseverancia diaria a través de las pruebas y las dificultades.

El silencio de San José, una característica a menudo pasada por alto, es en realidad un testimonio de su fe y obediencia. En los Evangelios, San José no dice una sola palabra, pero su vida es un poderoso testimonio de acción silenciosa y eficaz. Este silencio no es vacío, sino que está lleno de una contemplación profunda y una obediencia sincera a la voluntad de Dios. En un mundo saturado de palabras y ruido, San José nos invita a encontrar en el silencio un espacio para escuchar la voz de Dios y responder con un corazón dispuesto.

La fortaleza de San José es otro aspecto fundamental de su santidad. A pesar de las dificultades y adversidades que enfrentó, San José mantuvo una fortaleza serena, guiado por una fe que le permitió superar los obstáculos con determinación y coraje. Esta fortaleza no es una fuerza bruta, sino una manifestación de la confianza en la providencia divina y una disposición a cumplir con las responsabilidades que Dios le había confiado.

La prudencia de San José se evidencia en su habilidad para tomar decisiones justas y sabias en cada etapa de su vida. A través de su obediencia a las revelaciones divinas y su acción cuidadosa en cada situación, San José nos muestra que la virtud de la prudencia es esencial para vivir de manera conforme a la voluntad de Dios. La prudencia de San José nos desafía a considerar nuestras propias decisiones a la luz de la sabiduría divina, buscando siempre hacer el bien y evitar el mal en nuestra vida cotidiana.

El amor de Dios de San José es el fundamento de todas sus virtudes. Su vida es una expresión de un amor sincero y profundo por Dios, manifestado en su disposición a seguir el camino que Dios había trazado para él. Este amor se refleja en su dedicación a María y Jesús, y en su capacidad para ver más allá de sus propios intereses hacia el bien mayor de la misión divina.

El discernimiento de San José es otra virtud que brilla en su vida. La capacidad de reconocer y seguir las indicaciones divinas a través de los sueños muestra una sensibilidad espiritual que nos inspira a buscar la guía de Dios en nuestras propias decisiones. San José nos enseña que el discernimiento espiritual es un proceso de apertura a la voluntad de Dios, en el que escuchamos y seguimos con fe las direcciones divinas en nuestra vida.

La docilidad de San José ante la voluntad de Dios es una virtud que nos llama a una disposición humilde y abierta ante el plan divino. San José aceptó cada revelación y dirección con un corazón obediente y confiado, mostrándonos que la verdadera docilidad es una actitud de fe que acepta los caminos de Dios, incluso cuando no los entendemos completamente.

La confianza de San José en Dios es un testimonio de su fe inquebrantable. En un mundo incierto, San José confió plenamente en la providencia divina, mostrándonos que la fe verdadera es una confianza constante en que Dios cuida de nosotros y guía nuestras vidas con amor.

El amor a la Iglesia de San José, como patrón de la Iglesia Universal, es un reflejo de su dedicación a la misión divina. Su vida de servicio a María y Jesús es un modelo de cómo debemos amar y cuidar a nuestra comunidad de fe, mostrando un compromiso profundo con la misión de la Iglesia en el mundo.

El amor a la familia que San José demostró es una virtud que resuena en nuestra propia vida cotidiana. Su dedicación a María y Jesús, su disposición a poner sus necesidades por encima de las suyas, nos invita a reflexionar sobre nuestro propio amor y compromiso con nuestras familias.

El sufrimiento que San José aceptó con dignidad es una parte integral de su vida de fe. Su capacidad para enfrentar las pruebas con paciencia y sin quejas es un ejemplo de cómo podemos aceptar nuestras propias dificultades con fe y esperanza en la gracia de Dios.

La buena muerte de San José, rodeado por Jesús y María, es un símbolo de la paz que se encuentra en una vida vivida en fidelidad a Dios. Su muerte tranquila es una imagen de la gracia que esperamos al final de nuestra propia vida, una esperanza de que, si vivimos bien, podemos encontrar paz y consuelo en la presencia de Dios.

Finalmente, el trabajo de San José como carpintero y su entrega al Señor en cada aspecto de su vida son testigos de una vocación vivida con dedicación y generosidad. San José nos muestra que cada esfuerzo realizado en servicio a Dios es valioso y que nuestra vocación, por más humilde que sea, puede ser una expresión de nuestra fe y devoción.

A través de sus virtudes, San José nos ofrece un modelo de vida cristiana que es a la vez profundo y accesible. Su vida, vivida en obediencia, castidad, paciencia y amor, nos desafía a reflexionar sobre cómo podemos vivir nuestras propias vocaciones con la misma dedicación y fervor. Al acercarnos a San José a través de la oración y la devoción, encontramos en él un intercesor poderoso y un ejemplo de cómo una vida de humildad y servicio puede ser una vida de verdadera santidad.

San Joaquín y Santa Ana padres de la Virgen María y Pilares de la Tradición Cristiana – 26 de julio

San Joaquín y Santa Ana, aunque no mencionados en la Biblia, ocupan un lugar especial en la tradición cristiana como los venerados padres de la Virgen María, madre de nuestro Salvador. Su historia, transmitida a través de fuentes apócrifas y confirmada por la devoción popular, refleja una profunda espiritualidad y una fe inquebrantable en la promesa divina. Según el Protoevangelio de Santiago, uno de los textos más antiguos que narra su vida, Joaquín y Ana eran una pareja piadosa que, tras años de esterilidad, recibieron de Dios la promesa de un hijo. Esta promesa se cumplió con el nacimiento de María, quien sería la Madre de Dios, y su historia se convierte en un símbolo de esperanza y perseverancia en la fe. A través de los siglos, esta narrativa ha sido fundamental para la veneración de estos santos esposos en la tradición cristiana, aunque su origen apócrifo suscite algunas dudas, su mensaje perdura como un testimonio de la gracia divina y la respuesta a las plegarias.

La figura de San Joaquín ha sido celebrada a lo largo de la historia en varias fechas litúrgicas. En el siglo IV, se construyó una iglesia en Jerusalén en el lugar donde, según la tradición, él y Ana vivieron y fueron enterrados. Aunque esta iglesia fue convertida en una escuela musulmana en el siglo IX, su cripta fue redescubierta en 1889, lo que reavivó el culto a San Joaquín. Su festividad fue establecida universalmente por el Papa León XIII el 1 de agosto de 1879, y su vida continúa inspirando a los fieles en la actualidad. Santa Ana, cuyo nombre hebreo Hannah significa “gracia”, también tiene una rica tradición en el cristianismo. Aunque las primeras menciones de Santa Ana datan del siglo II, su figura ganó mayor prominencia en Occidente gracias a la Leyenda Áurea de San Jacobo en el siglo XIII. Su festividad, celebrada el 26 de julio desde el siglo XIII y adoptada universalmente en 1584, recuerda su papel como madre de María y como patrona de Bretaña, Canadá y de las mujeres trabajadoras y los mineros. Santa Ana sigue siendo una figura de devoción y fe, venerada en santuarios como el de Santa Ana de Beaupré en Quebec, donde los fieles buscan su intercesión y guía.

San Joaquín y Santa Ana, a través de su historia y sus festividades, representan un puente entre la tradición apócrifa y la doctrina de la Iglesia, mostrando cómo la fe y la esperanza pueden ser transformadoras a lo largo de los siglos.

Elizabeth Sanna

La beatificación de la Venerable Elisabeth Sanna se llevó a cabo el 17 de Septiembre de 2016 en la ciudad de Codrongianos, Cerdeña (Italia), en la Basílica de la Santa Trinidad de Saccargia. La solemne celebración eucarística fue presidida por el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.


“Elisabetta nació en 1788 en Cerdeña, y murió con fama de santidad en Roma el 17 de febrero de 1857.. Fue sepultada en la Iglesia del SS. Salvatore in Onda. Inmediatamente después de la muerte, su fama de santidad se manifestó con tanta fuerza que sólo cuatro meses más tarde, el 15 de junio de 1857, se inició la causa de su beatificación. San Vicente Pallotti, su director espiritual durante 18 años, la estimó mucho.Elisabetta, afectada por la viruela tres meses después de su nacimiento, ya no pudo levantar los brazos. Movía los dedos y las muñecas, pero no podía llevarse el alimento a la boca. No podía hacerse el signo de la cruz, ni peinarse, ni lavarse la cara o cambiarse de ropa, pero podría amasar el pan, cocer al horno y cocinar, y crió cinco hijos. No obstante su discapacidad física, se casó y su matrimonio fue plenamente feliz. Los esposos tuvieron siete hijos, de los cuales dos murieron pronto. Junto a sus propios hijos Elisabetta educó a los niños de la región, enseñándoles el catecismo y preparándolos para los sacramentos. Su casa estaba abierta a muchas mujeres deseosas de aprender cantos y plegarias. A inicios de 1825, luego de 17 años de matrimonio, falleció su marido, y Elisabetta asumió toda la responsabilidad de la familia y de la administración de la casa.

Creciendo en la vida espiritual, Elisabetta, bajo el influjo de las prédicas cuaresmales, se decidió a partir como peregrina, junto a su confesor don Giuseppe Valle, a Tierra Santa. Previendo una ausencia breve, dejó a sus hijos al cuidado de su madre y de su hermano sacerdote, pidiendo además ayuda a una sobrina y a algunos vecinos. Sin embargo, debido a la dificultad para recibir la visa para Oriente, en Génova los dos peregrinos se vieron obligados a interrumpir su viaje programado y cambiar el destino, siempre como peregrinos, a  Roma.

Por sobrevenirle graves dolencias físicas, Elisabetta no pudo volver a Cerdeña. Se confió a la dirección espiritual de San Vicente Pallotti, que se puso en contacto con el hermano de Elisabetta, don Antonio Luigi, para informarlo de que su hermana, por el momento, no podía hacerse a la mar, pero lo haría apenas se sintiese un poco mejor. En la práctica, empero, el mal aumentó año tras año, y Elisabetta se vio obligada a permanecer en Roma.

San Vicente Pallotti subrayó mucho los méritos de Elisabetta en la Unión del Apostolado Católico. Don Vaccari lo refiere así: “Son dos aquellos que han estimulado primero nuestro Instituto: una pobre, Elisabetta Sanna, como lo han oído muchas veces de Don Vicente Pallotti, y el otro es el Cardenal Lambruschini” (Summarium, Roma, 1910, p. 145, parr. 33). Ella fue testigo de la fundación de la Unión del Apostolado Católico y de su desarrollo a lo largo de 22 años, hasta su muerte.

El 21 de enero de 2016, el Santo Padre Francisco autorizó la promulgación del decreto reconociendo el milagro obrado por el Señor por intercesión de la Venerable Sierva de Dios Elisabetta Sanna.

No pudiendo volver con su familia, Elisabetta sufría y lloraba mucho, pero no perdió su coraje. Supo confiarse en Dios, aceptar su nueva sitUnión del Apostolado Católicoión y servir a los demás, permaneciendo siempre fiel a las indicaciones del Evangelio y de la Iglesia. A menudo concurría al Hospital de los Enfermos Incurables, y visitaba también viviendas particulares para asistir a los enfermos y confortarlos. Trabajaba tejiendo, y el dinero y los diversos regalos que recibía lo daba a los pobres o ayudaba a los huérfanos en las dos casas fundadas por Pallotti; buscaba de resolver conflictos en familias con problemas, convertir a los pecadores, preparar a los enfermos para los sacramentos, cuidar la decoración de la Iglesia del SS. Salvatore in Onda. Al mismo tiempo, todos los días participaba de la Santa Misa, hacía Adoración al Santísimo sacramento y rezaba con invitados en su propia casa, donde numerosas personas buscaban su consejo. Incluso San Vicente Pallotti y los primeros palotinos se aconsejaban con ella”.

Santa Rita de Cassia – Fiesta 22 de Mayo

LA SANTA DE LO IMPOSIBLE.

Nació en Mayo del año 1381. Fue una hija obediente, esposa fiel, esposa maltratada, madre, viuda, religiosa, estigmatizada y santa incorrupta. Quería ser religiosa, pero sus padres escogieron para ella un esposo: Paolo Ferdinando que era bebedor y mujeriego y abusador. Rita encontró su fortaleza en Jesucristo, en una vida de oración, sufrimiento y silencio. Después de veinte años de matrimonio, el esposo se convirtió, le pidió perdón y le prometió cambiar su forma de ser. Rita lo perdona y el deja su antigua vida de pecado pasando el tiempo con Rita en los caminos de Dios. Esto no duró mucho, porque mientras su esposo se había reformado, no fue así con sus antiguos amigos y enemigos. Tiempo después una noche lo encontraron asesinado. La pena de Rita aumentó, cuando sus dos hijos gemelos, juraron vengar la muerte de su padre, fue entonces cuando Santa Rita, rogó al Señor que salvara las almas de sus dos hijos y que tomara sus vidas. El Señor respondió a sus oraciones. Los dos padecieron una enfermedad fatal. Durante el tiempo de enfermedad, la madre les habló dulcemente del amor y el perdón. Antes de morir lograron perdonar a los asesinos de su padre. Santa Rita posteriormente entró al monasterio de las hermanas Agustinas, Allí pasa 40 años de consagración a Dios. Rita meditaba muchas horas en la Pasión de Cristo, recibió las estigmas y las marcas de la Corona de Espinas en su cabeza. Su muerte, acaeció en 1457. Multitudes todavía acuden en peregrinación a honrar a la santa y pedir su intercesión ante su cuerpo que permanece incorrupto.

Oración a Santa Rita de Casia

Oh poderosa Santa Rita,
llamada Abogada de los casos desesperados,
socorredora en la última esperanza,
refugio y salvación en el dolor,
que conduce al abismo del delito
y de la desesperación:
con toda la confianza en tu celestial poder,
recurro a ti en el caso difícil e imprevisto
que oprime dolorosamente mi corazón.

Dime, oh Santa Rita, ¿no me vas a ayudar tu?,
¿no me vas a consolar?
¿Vas a alejar tu mirada y tu piedad de mi corazón,
tan sumamente atribulado?

¡Tú también sabes lo que es el martirio del corazón,
tan sumamente atribulado!

Por las atroces penas, por las amargas lágrimas
que santamente derramaste, ven en mi ayuda.

Habla, ruega, intercede por mí, que no me atrevo a hacerlo,
al Corazón de Dios, Padre de misericordia
y fuente de toda consolación, y consígueme la gracia que deseo
(indíquese aquí la gracia deseada).

Presentada es seguro que me escuchará:
y yo me valdré de este favor para mejorar mi vida y mis costumbres,
para cantar en la tierra y en el cielo
las misericordias divinas.

Padrenuestro, Avemaría

Luis Martin (1823-1894) y Celia Guérin (1831-1877)

Luis Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823. La primera formación de Luis estuvo vinculada a la vida militar. Terminados los estudios, no se inclinó hacia la vida militar, sino que quiso aprender el oficio de relojero. A los veintidós años sintió el deseo de consagrarse a Dios en la vida religiosa, pero no fue admitido porque no sabía latín. Celia Guérin nació en Gandelain, el 23 de diciembre de 1831. Se dedicó a la confección de encajes. Deseó formar parte de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.

Un día, se conocieron los dos jóvenes y en poco tiempo llegaron a apreciarse y amarse tanto que contrajeron matrimonio tres meses después de su primer encuentro. Llevaron una vida matrimonial ejemplar: misa diaria, oración personal y comunitaria, confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente. Entre las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura santa patrona de las misiones. A los 45 años, Celia recibió la noticia de que tenía un tumor en el pecho y muere en agosto de 1877. Luis se encontró solo para sacar adelante a su familia: Se trasladó a Lisieux, Entre 1882 y 1887 acompañó a tres de sus hijas al Carmelo. El sacrificio mayor fue separarse de Teresa, que entró en el Carmelo a los 15 años. Luis tenía una enfermedad que lo fue invalidando hasta llegar a la pérdida de sus facultades mentales. Fue internado en el sanatorio de Caen, y murió en julio de 1894.

Gianna Beretta Molla (1922-1962)

Gianna Beretta nació en Magenta (provincia de Milán) el día 4 de octubre de 1922. Durante los años Universidad, Obtiene el título de Doctor en Medicina y Cirugía, se especializa en Pediatría. En la práctica de la medicina, presta una atención particular a las madres, a los niños, a los ancianos y a los pobres.

Contrae matrimonio con el ingeniero Pietro Molla. En noviembre de 1956, Gianna da a luz a su primer hijo, Pierluigi. En diciembre de 1957 viene al mundo Mariolina y en julio de 1959, Laura. En septiembre de 1961, al cumplirse el segundo mes de embarazo, le diagnostican: un tumor en el útero. Se hace necesaria una intervención quirúrgica. Antes de ser intervenida, suplica al cirujano que salve, a toda costa, la vida que lleva en su seno, y se confía a la oración y a la Providencia, está dispuesta a dar su vida para salvar la de la criatura: «Si hay que decidir entre mi vida y la del niño, no dudéis; elegid -lo exijo- la suya. Salvadlo». La mañana del 21 de abril de 1962 da a luz a Gianna Emanuela. El día 28 de abril, también por la mañana, entre indecibles dolores y repitiendo la jaculatoria «Jesús, te amo; Jesús, te amo», muere santamente. Tenía 39 años. Fue beatificada por Juan Pablo II el 24 de abril de 1994, Año Internacional de la Familia.

Santa Mónica: La Madre que Transformó el Corazón de su Hijo

Un Ejemplo de Fe y Perseverancia

Santa Mónica, cuyo nombre evoca la palabra “consoladora”, es una figura venerada en la Iglesia Católica por su incansable fe y dedicación a la vida espiritual. Nacida en Tagaste, una ciudad en lo que hoy es Argelia, en el año 331, Mónica es especialmente conocida por ser la madre de San Agustín, uno de los Padres de la Iglesia más influyentes. Su vida es un testimonio conmovedor de cómo la fe puede transformar vidas, especialmente a través de la oración y la perseverancia.

Desde una edad temprana, Mónica demostró una piedad profunda y un amor sincero por Dios. Se casó con Patricio, un pagano de un carácter difícil, pero su fe inquebrantable y su bondad eventualmente influyeron en su esposo, quien se convirtió al cristianismo poco antes de su muerte. La fortaleza de Mónica en medio de las adversidades de su vida familiar es un ejemplo de cómo la paciencia y la oración pueden ser poderosas herramientas de evangelización y conversión.

El Viaje Espiritual de una Madre

El verdadero legado de Santa Mónica radica en su relación con su hijo, Agustín. A lo largo de muchos años, Agustín vivió una vida de libertinaje y dudas filosóficas, buscando respuestas en doctrinas erróneas y alejándose de la fe cristiana. Santa Mónica, sin embargo, no se dejó vencer por la desesperanza. Su vida se convirtió en una serie de fervientes oraciones y lágrimas, pidiendo a Dios que guiara a su hijo hacia la verdad.

La determinación de Mónica y su fe en el poder de la oración dieron frutos en el año 386, cuando San Agustín, conmovido por las verdades del Evangelio y las oraciones persistentes de su madre, se convirtió al cristianismo. Este evento no solo transformó la vida de Agustín, sino que también marcó el comienzo de una de las conversiones más significativas de la historia del cristianismo, que llevó a San Agustín a convertirse en uno de los teólogos más influyentes de la Iglesia.

La Vida de Santa Mónica en la Devoción Cristiana

Santa Mónica falleció en 387 en Ostia, Italia, mientras esperaba partir hacia el norte con Agustín. Su vida y sus virtudes fueron ampliamente reconocidas a partir del siglo V, cuando su hijo, San Agustín, escribió sobre su vida en sus Confesiones, destacando su papel como madre y su fe inquebrantable. La devoción a Santa Mónica creció con el tiempo, y en 1233, la Iglesia estableció su festividad el 27 de agosto, día en el que se celebra el recuerdo de su vida y sus virtudes.

La figura de Santa Mónica es especialmente significativa para aquellos que buscan la conversión de seres queridos o enfrentan desafíos en sus propias vidas espirituales. Su vida es un faro de esperanza que muestra que, incluso en medio de las dificultades, la fe sincera y la oración constante pueden tener un impacto duradero y transformador.

En la devoción popular, Santa Mónica es invocada como patrona de las madres, de las familias en crisis y de aquellos que buscan la conversión de sus seres queridos. Su historia inspira a muchos a persistir en la oración y la esperanza, confiando en que la gracia de Dios puede transformar incluso las situaciones más difíciles.

La Legacía de una Madre de Fe

Hoy en día, Santa Mónica sigue siendo un modelo de fe y perseverancia. Su vida enseña que la oración y el amor incondicional pueden ser fuerzas poderosas en la vida de una persona, y su ejemplo continúa animando a los fieles en su camino espiritual. Su figura es un recordatorio de que, a través de la oración ferviente y el amor constante, podemos contribuir a la salvación de aquellos que amamos.

Santa Mónica no solo es recordada como la madre de San Agustín, sino también como una santa cuya vida de oración y sufrimiento ofrece un poderoso testimonio de cómo una fe sincera puede cambiar el mundo. Su festividad el 27 de agosto invita a todos a reflexionar sobre su vida y a buscar en su ejemplo una guía para nuestras propias vidas espirituales.

San Agustin

San Agustín es doctor de la Iglesia, y el más grande de los Padres de la Iglesia, Nació el 13 de noviembre del año 354, en el norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre era un hombre pagano de carácter violento.
San Agustín se entregó apasionadamente a los estudios pero, poco a poco, se dejó arrastrar por una vida desordenada. A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo. Santa Mónica trataba de convertirle a través de la oración. Un amigo de Agustín fue a visitarlo y le contó la vida de San Antonio, la cual le impresionó mucho. Él comprendía que era tiempo de avanzar por el camino correcto. Se decía “¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por qué no hoy?”. Mientras repetía esto, oyó la voz de un niño de la casa vecina que cantaba: “toma y lee, toma y lee”. En ese momento, le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al escuchar la lectura de un pasaje del Evangelio. San Agustín interpretó las palabras del niño como una señal del Cielo. Dejó de llorar y se dirigió a donde estaba su amigo que tenía en sus manos el Evangelio. Decidieron convertirse y ambos fueron a contar a Santa Mónica lo sucedido, quien dio gracias a Dios. San Agustín tenía 33 años.

Deseoso de ser útil a la Iglesia, regresó a África. En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Organizó la casa en la que vivía con una serie de reglas convirtiéndola en un monasterio en el que sólo se admitía en la Orden a los que aceptaban vivir bajo la Regla escrita por San Agustín. Esta Regla estaba basada en la sencillez de vida.

Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.

Jose Manyanet

Josep Manyanet nació el 7 de enero de 1833 en Tremp (Lleida, España), en el seno de una familia numerosa y cristiana. Fue bautizado el mismo día y, a la edad de 5 años, fue ofrecido por su madre a la Virgen de Valldeflors, patrona de la ciudad. Tuvo que trabajar para completar los estudios secundarios en la Escuela Pía de Barbastro y los eclesiásticos en los seminarios diocesanos de Lleida y Urgell. Fue ordenado sacerdote el 9 de abril de 1859.

Tras doce años de intenso trabajo en la diócesis de Urgell al servicio del obispo, en calidad de paje y secretario particular, mayordomo de palacio, bibliotecario del seminario, vicesecretario de cámara y secretario de visita pastoral, se sintió llamado por Dios para hacerse religioso y fundar dos congregaciones religiosas.

Fundador y apóstol de la Sagrada Familia

Contando con la aprobación del obispo, en 1864, fundó a los Hijos de la Sagrada Familia Jesús, María y José, y en 1874, a las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret, con la misión de imitar, honrar y propagar el culto a la Sagrada Familia de Nazaret y procurar la formación cristiana de las familias, principalmente por medio de la educación e instrucción católica de la niñez y juventud y el ministerio sacerdotal.

Con oración y trabajo constantes, con el ejercicio ejemplar de todas las virtudes, con amorosa dedicación y solicitud por las almas, guió e impulsó a lo largo de casi cuarenta años la formación y expansión de los institutos, abriendo escuelas, colegios y talleres y otros centros de apostolado en varias poblaciones de España. Hoy, los dos institutos están presentes en países de Europa, las dos Américas y África.

Especialmente llamado por Dios para presentar al mundo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret, escribió varias obras y opúsculos para propagar la devoción a la Familia de Jesús, María y José, fundó la revista La Sagrada Familia y promovió la erección, en Barcelona, del templo expiatorio de la Sagrada Familia, obra del arquitecto siervo de Dios Antonio Gaudí, destinado a perpetuar las virtudes y ejemplos de la Familia de Nazaret y ser el hogar universal de las familias.

Su pensamiento

El beato Josep Manyanet predicó abundantemente la Palabra de Dios y escribió también muchas cartas y otros libros y opúsculos para la formación de los religiosos y religiosas, de las familias y de los niños, y para la dirección de los colegios y escuelas‑talleres. SobresaleLa Escuela de Nazaret y Casa de la Sagrada Familia (Barcelona 1895), su autobiografía espiritual, en la cual, mediante unos diálogos del alma, personificada en Desideria, con Jesús, María y José, traza todo un proceso de perfección cristiana y religiosa inspirada en la espiritualidad de la casa y escuela de Nazaret.

También Preciosa joya de familia (Barcelona 1899), una guía para los matrimonios y familias, que les recuerda la dignidad del matrimonio como vocación y la importante tarea de la educación cristiana de los hijos.

Para la formación de los religiosos escribió un libro de meditaciones titulado El espíritu de la Sagrada Familia, en donde describe la identidad de la vocación y misión de las religiosas y religiosos Hijos de la Sagrada Familia en la sociedad y en la Iglesia.

Existe una edición de sus Obras Selectas (Madrid 1991) y está en fase de impresión el primer volumen de sus Obras Completas.

Enfermedades y muerte

Las obras del Padre Manyanet crecieron entre muchas dificultades: ni le faltaron varias dolorosas enfermedades corporales que le atormentaron durante toda su vida. Pero su indómita constancia y fortaleza, nutridas con una profunda adhesión y obediencia a la voluntad de Dios, le ayudaron a superar todas las dificultades.

Minada su salud por unas llagas abiertas en el costado durante 16 años —que llamaba «las misericordias del Señor»—, el 17 de diciembre de 1901, esclarecido en virtudes y buenas obras, volvió a la casa del Padre, en Barcelona, en el colegio Jesús, María y José, el centro de su trabajo y rodeado de niños, con la misma sencillez que caracterizó toda su existencia. Sus últimas palabras fueron la jaculatoria que había repetido tantas veces: Jesús, José y María, recibid cuando yo muera el alma mía.

Sus restos mortales descansan en la capilla‑panteón del mismo colegio Jesús, María y José, continuamente acompañados por la oración y el agradecimiento de sus hijos e hijas espirituales y de innumerables jóvenes, niños y familias que se han acercado a Dios, atraídos por su ejemplo y sus enseñanzas.

El testimonio de su santidad

La fama de santidad que le distinguió en vida, se extendió por muchas partes. Por lo que, introducida la Causa de Canonización en 1956, reconocida la heroicidad de sus virtudes en 1982 y aprobado un milagro debido a su intercesión, fue declarado Beato por Juan Pablo II en 1984. Ahora, con la aprobación de un nuevo milagro obrado por su intercesión, está prevista su canonización para el día 16 de mayo de 2004.

La santidad de Josep Manyanet, como afirmó Juan Pablo II, tiene su origen en la Sagrada Familia. Fue llamado por Dios «para que en su nombre sean bendecidas todas las familias del mundo». El Espíritu forjó su personalidad para que anunciara con valentía el «Evangelio de la familia». Su gran aspiración era que «todas las familias imiten y bendigan a la Sagrada Familia de Nazaret»; por ello, quiso hacer un Nazaret en cada hogar, una «Santa Familia» de cada familia.

La canonización del Beato Josep Manyanet sanciona ahora no sólo la santidad, sino también la actualidad de su mensaje nazareno familiar. Es, por eso, el profeta de la familia, el protector de nuestras familias.

San Juan Pablo II y Su Legado para las Familias: Un Papa que Transformó el Amor Humano

Un Papa Carismático al Servicio de la Familia

San Juan Pablo II, uno de los Papas más carismáticos de los últimos tiempos, dejó un legado profundo y duradero que sigue influyendo en la vida de las familias católicas en todo el mundo. Su pontificado, que se extendió desde 1978 hasta 2005, estuvo marcado por una misión constante de promover el amor verdadero, la dignidad humana y el valor de la familia en el contexto de la fe cristiana. San Juan Pablo II el Grande, su vida y su enseñanza continúan inspirando a los fieles a buscar una comprensión más rica del amor y del compromiso familiar desde la perspectiva del Evangelio.

Uno de los pilares de su legado es su encíclica Familiaris Consortio (La Comunidad de la Familia), publicada en 1981, en la que San Juan Pablo II abordó la importancia de la familia como el “santuario de la vida” y el “lugar donde se aprende a amar”. En este documento, el Papa ofreció una visión amplia de la familia, en la que destaca su papel esencial en la formación de personas justas y responsables, así como en el fortalecimiento de la Iglesia y de la sociedad en general. La encíclica se centra en la familia como una comunidad de amor que refleja la Trinidad de Dios, un lugar donde se experimenta la bondad y la santidad del amor divino en la vida cotidiana.

Familiaris Consortio: La Familia como Escuela de Amor y Verdad

En Familiaris Consortio, San Juan Pablo II abordó con gran profundidad los desafíos y las bendiciones que enfrenta la familia en el mundo contemporáneo. El Papa expone que la familia es “el lugar natural para el desarrollo de la vida humana” y una “comunidad de amor” en la que se cultivan las virtudes del respeto, la responsabilidad y el sacrificio. Su enseñanza subraya que la familia no es solo una institución social, sino una realidad teológica y espiritual que debe ser vivida en conformidad con el plan de Dios para la humanidad.

San Juan Pablo II también dedicó una parte significativa de la encíclica a la defensa del matrimonio como una unión indisoluble entre un hombre y una mujer, abierta a la vida y orientada al bien de los esposos y de los hijos. Enfrentando los desafíos de una cultura que a menudo socava la estabilidad del matrimonio, el Papa ofreció una visión esperanzadora de la familia como un “sacramento” que revela el amor de Dios por la humanidad y contribuye al crecimiento espiritual y moral de sus miembros.

La Teología del Cuerpo: Una Revolución en la Comprensión del Amor Humano

Otro aspecto crucial del legado de San Juan Pablo II es su Teología del Cuerpo, una serie de 129 audiencias que impartió entre 1979 y 1984, en las que exploró el significado del cuerpo humano y la sexualidad desde una perspectiva teológica. Este conjunto de enseñanzas ofrece una visión profunda del cuerpo humano como un don de Dios y una expresión de amor auténtico. A través de estas audiencias, San Juan Pablo II examinó cómo la visión cristiana del cuerpo puede transformar la comprensión del amor y la sexualidad, abogando por una visión del cuerpo que está en armonía con el plan divino.

La Teología del Cuerpo desafía a los creyentes a ver el cuerpo no como un mero objeto de deseo, sino como un medio para expresar el amor verdadero y el compromiso mutuo dentro del contexto del matrimonio y la vida familiar. San Juan Pablo II enseña que la sexualidad humana es un don sagrado que debe ser vivido en el marco del respeto mutuo, la fidelidad y la apertura a la vida, reflejando así el amor de Dios por Su creación.

La Influencia Duradera de San Juan Pablo II en la Vida Familiar

El impacto de San Juan Pablo II en la vida de las familias católicas es inmenso y duradero. Su enseñanza sobre el matrimonio y la familia ha ofrecido una guía clara en tiempos de incertidumbre y desafío. La profunda espiritualidad y el amor pastoral que San Juan Pablo II manifestó a lo largo de su pontificado continúan inspirando a los fieles a vivir sus vocaciones matrimoniales con mayor plenitud y devoción.

En la actualidad, su legado se celebra a través de numerosas iniciativas y movimientos que buscan fortalecer las familias en su compromiso con los valores cristianos. La Teología del Cuerpo sigue siendo una fuente de inspiración para estudios teológicos, catequesis y formación pastoral, y Familiaris Consortio continúa siendo una guía vital para la enseñanza sobre el matrimonio y la familia en la Iglesia.

San Juan Pablo II, a través de su vida y sus enseñanzas, nos recuerda que el amor verdadero y el compromiso con la familia son reflejos de la bondad de Dios y que, a través de la oración, la formación y el testimonio, podemos construir un mundo más justo y amoroso, enraizado en la verdad del Evangelio.

Conclusión

San Juan Pablo II el Grande, es un santo de los últimos tiempos, cuya vida y enseñanzas siguen iluminando el camino de las familias católicas en todo el mundo. Su encíclica Familiaris Consortio y su Teología del Cuerpo ofrecen una visión rica y profunda del amor humano y del matrimonio, subrayando que la familia es una escuela de amor, un sacramento de la vida y una comunidad donde se vive el plan de Dios. Su legado invita a todos los fieles a profundizar en su comprensión del amor y a vivir sus vocaciones con esperanza y dedicación.

Oración de San Juan Pablo II por las Familias

Oh Dios, de quien procede toda paternidad
en el cielo y en la tierra,
Padre que eres amor y vida,
haz que cada familia humana sobre la tierra se convierta,
por medio de tu Hijo, Jesucristo, ‘nacido de Mujer’,
y mediante el Espíritu Santo, fuente de caridad divina,
en verdadero santuario de la vida y del amor
para las generaciones que siempre se renuevan.

Haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras de los esposos
hacia el bien de sus familias
y de todas las familias del mundo.
Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia
un fuerte apoyo para su humanidad
y su crecimiento en la verdad y en el amor.
Haz que el amor corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio,
se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis,
por las que a veces pasan nuestras familias.
Haz finalmente, te lo pedimos
por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret,
que la Iglesia en todas las naciones de la tierra
pueda cumplir fructíferamente su misión en la familia
y por medio de la familia.

Tú, que eres la vida, la verdad y el amor,
en la unidad del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.