Tercer Paso – Jesús en Medio del Nuevo Hogar
El tercer paso hacia la restauración matrimonial es poner a JESÚS en el centro del nuevo hogar. Cuando los esposos regresan, tanto física como emocionalmente, a su hogar, este nuevo hogar debe estar cimentado sobre la roca que es Dios. Solo con bases sólidas se podrá resistir el peso de las tormentas, vientos, huracanes y tsunamis de la vida, permaneciendo unidos según la voluntad de Dios.
La casuística hacia la restauración es amplia y diversa: matrimonios católicos que buscan renovar sus votos matrimoniales, matrimonios civiles que desean caminar hacia el sacramento del matrimonio, matrimonios naturales, uniones libres, entre otros. En cualquiera de los casos en los que se inicie un proceso de restauración y ambos deseen vivir según la voluntad de Dios, es fundamental buscar ayuda espiritual, preferiblemente de un sacerdote católico que oriente y guíe el proceso, teniendo en cuenta que cada caso es único y necesita atención personalizada.
La restauración matrimonial y familiar comienza con el encuentro personal de cada miembro de la familia con Jesús. No podemos hablar de restauración personal, familiar y matrimonial sin una auténtica conversión.
Como se mencionó en el primer paso hacia la restauración, no existe un único camino para llegar a Jesús, pero es recomendable poner en sus manos, junto con la intercesión de la Santísima Virgen María, todo aquello que causó daño y heridas en el matrimonio y la familia. Solo Él tiene el poder de sanar y restaurar lo que ha sido quebrantado (Isaías 61,1). La disposición para recibir la sanación de quien todo lo puede y todo lo transforma es esencial.
Si uno de los cónyuges sigue adelante en su camino hacia la conversión y el otro experimenta un primer encuentro genuino con Jesús, es muy probable que ambos inicien un proceso de restauración exitoso. Este camino no es fácil, pero sí es un camino de bendición (Filipenses 4,13).
El proceso de restauración debe estar fundado en los sacramentos, la oración constante y el crecimiento espiritual, con el objetivo de alcanzar, como matrimonio y familia, la santidad (1 Pedro 1, 16).
Elementos para un Matrimonio Feliz
El Compromiso: Todo matrimonio debe basarse en las promesas que los esposos hicieron en el altar, frente a Dios. Estas promesas incluyen:
- Permanecer fieles al pacto matrimonial y al amor conyugal, ofreciéndose exclusividad el uno al otro.
- Permanecer fieles en la salud y en la enfermedad, en el éxito y en el fracaso, y en todas las circunstancias de la vida, sean estas favorables o adversas (Efesios 5,25).
- Permanecer comprometidos hasta el último día de sus vidas, respetando el principio de indisolubilidad del matrimonio (Mateo 19,6).
- Renunciar a viejas prácticas, vicios, adicciones, amistades, rutinas, o hábitos que puedan dañar la vida matrimonial y familiar.
El Amor Matrimonial: El amor matrimonial no debe basarse solo en los sentimientos, sino en una decisión constante. El enamoramiento es una fase que eventualmente pasa, y lo que queda es la decisión firme de ofrecer compañía, cariño, respeto, ternura, comprensión y apoyo, incluso en medio de las dificultades (1 Corintios 13, 4-7).
El amor matrimonial debe reflejar el amor descrito por San Pablo en 1 Corintios 13, el cual es paciente, bondadoso, no envidioso, no jactancioso ni egoísta, no guarda rencor, se regocija con la verdad, todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, y todo lo soporta.
Sanación del Amor después de una Crisis Matrimonial
Después de una crisis o separación matrimonial, pueden quedar heridas profundas, lo que hace difícil revivir el amor entre los esposos. Sin embargo, encender de nuevo ese amor es solo posible cuando Dios está en el centro del hogar. Esto es similar a lo que ocurrió en las bodas de Caná (Juan 2, 1-11), donde Jesús transformó el agua en vino, un vino mejor que el anterior. De igual manera, podemos pedir la intercesión de la Virgen María para que interceda por el amor conyugal y lo renueve, haciéndolo más fuerte y puro que antes.
Eclesiastés 4, 9-12 nos enseña que “más valen dos que uno solo”, y la relación conyugal debe estar entretejida con la voluntad de Dios para que no sea fácil de romper. La cuerda de tres hilos, que es el matrimonio unido a Dios, es fuerte y resistente frente a las adversidades. Dios, al estar en el centro, unirá a los esposos en una sola voluntad y transformará sus corazones.
Valores en Común
Para que haya armonía y estabilidad en el hogar restaurado, los esposos deben construir juntos una base de valores cristianos que les guíen en las decisiones diarias, especialmente en la crianza de los hijos, las relaciones con familiares y amigos, y la administración de los recursos materiales. Los valores cristianos deben ser el fundamento de su vida cotidiana (Colosenses 3:12-14).
Solución de Conflictos
Los conflictos en el matrimonio surgen cuando las diferencias de perspectiva, valores y experiencias no se gestionan adecuadamente. Sin embargo, las diferencias no deben dividir a la familia, sino enriquecerla. En estos momentos, el diálogo, el perdón y la comprensión mutua son clave. La familia debe ser un lugar donde se acoge al otro con paciencia y amor, buscando siempre la unidad en Cristo (Efesios 4,2-3).
La Oración
Como nos recuerda el Papa San Juan Pablo II, “Familia que reza unida permanece unida”. La oración y las prácticas espirituales en familia introducen a Jesús como la fuente de vida, amor y perdón. En momentos de dificultad, la oración fortalece a los esposos y les ayuda a mantenerse firmes en su fe. San Juan Pablo II también enfatizó la importancia del rezo del Rosario en familia, una tradición que puede brindar la paz y la dirección necesarias en el hogar (Romanos 12,12).
La oración fortalece la unidad familiar, permite tomar decisiones alineadas con la voluntad de Dios, y da la sabiduría para enfrentar las pruebas de la vida (Filipenses 4, 6-7). A través de la oración, Dios guía, protege, da paz y nos capacita para caminar juntos hacia la santidad.
Conclusión
Un hogar restaurado es un hogar cimentado en la fe, el compromiso y el amor verdadero, el cual solo puede encontrarse al poner a Jesús en el centro de la vida matrimonial y familiar. Como dice Mateo 7, 24-25: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, será semejante a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Y vino la lluvia, y creyeron los vientos, y azotaron aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.”
Poner a Jesús en el centro de un matrimonio y una familia no solo traerá restauración, sino también la bendición y protección divina que solo Él puede ofrecer.